sábado, 27 de noviembre de 2010

Vidas cruzadas II: Amores en Babilonia

La ciudad se prendía en llamas o quizás era una puta tormenta, de esas que aparecen únicamente en países como Haití y lo arrasan todo. Él estaba desnudo, todavía no sabía como se llamaba ella, pero habían cogido durante horas. Recostado, con la cabeza sobre el ombliga de ella, el olor a su entrepierna lo embriagaba más que el whisky de 8 pesos que habían tomado en el cuarto.

“El problema es que todo el puto mundo está jodido” dijo él y fumó del porro.

“Las cosas no están perdidas mientras tengamos alguien para coger, fumar y beber” respondió ella, mientras por la ventana todo ardía, en la Babilonia se mataban unos a otros los conservadores, liberales y amantes.

Escucharon música, sonaba la canción de un idiota que se desangraba por un amor no correspondido, era un viejo folk que seguramente le sirvió al cantante para tener a varias groupies a la vez, quizás con el dinero de su único hit compró cocaína y hoy todavía intenta volver con esa mujer a la que le dio el corazón y a cambio recibió un puño en la nariz.

“El problema en verdad es que ya nos resignamos, no nos importa y lo único que intentamos es encontrar algo que nos haga sentir. Excesos, drogas, sexo, violencia” se quejó en voz alta, mientras jugaba con uno de los pezones de ella.

“Si queres podes sentir mi concha en vez de llorar tanto” bromeó ella y también fumó de ese porro. “No te dije, me llamo..”

“No lo digas”, la interrumpió, “los ángeles no tienen nombre”, y volvieron a coger hasta la mañana siguiente.

Cuando despertó, el mundo al final no se había prendido fuego y todavía estaba en pie, ella se había ido con su billetera y le dejó la tanga de recuerdo con su profundo olor impregnado, “los ángeles también tienen que comer y comprar tampones” pensó.

Tenía una resaca que dolía y la vida no le pareció una mierda esa mañana.

lunes, 22 de noviembre de 2010

Vidas cruzadas I

Ella miraba hacia arriba, tratando de adivinar los colores del cielo mientras caminaba por la plaza sin molestar a las palomas, rodeaba la fuente que escupía agua para los turistas y curiosos. Él no había dormido, andaba con problemas de insomnio y de mujeres, iba distraído anotando en hojas sueltas versos para uno de sus poemas, apurado para no llegar tarde al trabajo. Chocaron como dos ciegos que perdieron el bastón, cayeron de espalda y ella pudo ver mejor el cielo, no le pareció para nada azul, las hojas de él quedaron desparramadas en el piso y las palomas de la plaza volaron alrededor.

Él lo primero que hizo fue insultar a Dios que tiene una casa frente a la plaza y buscar sus anteojos que estaban en el suelo, al ponérselos pudo reconocer la realidad y vio a una mujer joven, morocha y con pecas tirada de espalda al piso, la ayudó a levantarse, avergonzado:

-Disculpame por favor, culpa mía por ir boludeando. ¿Estás bien? Sí, seguro estás bien.

-No te hagas problema, gracias por ayudarme. ¿Vos? Tus hojas, te doy una mano para levantarlas.

-No importa, deja nomás que llego tarde, chau y perdoname.

Más de un turista y curioso se rieron de esta situación, él se fue dando pasos cortos pero rápidos, hablando en voz baja para recordar ese verso que rimaba con agonía y ella levantó las hojas del suelo, le pareció extraño este sujeto, atolondrado, desarreglado pero simpático, se quedó pensando como se llamaría y recogió las hojas, tenia cara de Pedro pensó. La campana de la iglesia en ese momento marcó las tres de la tarde, los sacerdotes se acostaban a dormir la siesta y los niños podían jugar tranquilos en la plaza.

Él llegó a tiempo al trabajo, pensaba que el mundo era algo raro y sin sentido, no entendía su lógica ni la interacción entre las personas, dos extraños podían chocarse en cualquier momento por puro capricho azaroso o evitarse al doblar en una esquina y todo seguiría girando igual. Lamentó no haberle preguntado el nombre esta chica, se veía bien con sus pecas y le daban un tierno aspecto de Mercedes concluyó.

Ella no tenía nada que hacer esa tarde, recién llegaba a la ciudad. Escapaba de un dolor que le seguía las pisadas por todo el camino, establecerse en un sitio para ella era lo mismo que la muerte. Estaba convencida que todo pasa por alguna razón, cuestión de karma o algo por el estilo. Después de juntar las hojas, se sentó en el pasto para ver que había en ellas. La letra era horrible, pero claro, si cuando chocaron él escribía a mano alzada. Ella se sorprendió al ver que eran borradores de poemas, frases y versos, quedó cautivada en aquellas palabras del poeta que tenía cara de Pedro:

El horizonte distante

De los días perdidos

Se esconde tras los cipreses

Que plantamos en abril

No hay gloria sobre la tumba

Ni reyes frente al dolor

Tu boca sabe al láudano

Que mis vicios frecuentaron

No queda nada al despertar

Te llevaste los colores del cielo

Me persigue la agonía

La tarde se estaba suicidando en toda la ciudad. Él atendía la librería resignado, ya sin entusiasmo alguno, pensaba que inútil sería convertirse en escritor si la gente siempre termina leyendo libros de autoayuda, la desesperación logra que títulos como “Salve su alma sin morir en el intento” sean Best Sellers, ya nadie lee a Kafka, Chejov o a Jorge Luis, no buscan pensar ni soñar, quieren la clave de la vida, la felicidad y el éxito por 49,99.

Ella recorrió las calles de una ciudad que la encontraba extraña, le compró un collar a un hippie que le dijo que servía para ahuyentar las malas vibraciones, aunque en verdad ella necesitaba espantar viejos fantasmas. Fue hacia la rambla, se sentó a escuchar varios cantantes callejeros, brindaban sus espectáculos a cambio de dinero, puchos y aplausos. Volvió a leer las hojas del que tenía cara de Pedro y vio que una estaba membreteada, tenía la dirección de una librería encerrada en una mancha de café.

El lugar ya estaba desierto, era casi la hora del cierre y él tomaba un café mientras buscaba esa rima perdida con la palabra agonía. Escuchó que alguien abría la puerta y sin levantar la vista de su papel y su taza le dijo que la sección de autoayuda estaba a la derecha.

-Necesito ayuda porque estoy perdida, pero para devolver estás hojas que se le cayeron a alguien está tarde.

Le extrañó la respuesta y se sorprendió cuando vio parada en la librería a la joven morocha de la tarde, con sus pecas de Mercedes y las hojas en la mano.

-Gracias por traerlas, no era necesario, en serio. Que raro, pensé que no te iba a volver a ver.

-No podía dejar tus hojas tiradas ahí. Espero no te molesté pero me pase la tarde leyendo, me gusta lo que escribís. Para, antes que nada tengo una duda ¿cómo te llamás?

-Julián

-Tenés cara de Pedro

-¿Vos?

-Florencia

-Tenés pecas de Mercedes. Estoy por cerrar el local ¿querés acompañarme a una lectura que tengo que hacer en un bar?

-Me encantaría, lee algo para mí por favor.

A los pocos días ella se fue sin avisar, dejo una ciudad que ya la trataba como a una conocida. Quedarse con él no era sinónimo de muerte, pero sí de amor y eso la asustaba todavía más. Por última vez vio el cielo y lo encontró extrañamente azul. Le dejó de regalo su collar hippie para ahuyentar malas vibras y se llevó varios poemas que le había escrito.

Él todavía no entiende la lógica del mundo y muchos menos la interacción con las personas, ya no tiene insomnio y al encontrarse solo esa mañana comprendió que Florencia, como todo nombre de mujer, era la rima que buscaba para la palabra agonía.

Te fuiste Florencia

Dejaste una nueva ciudad

Tu collar en la mesa de luz

No podes ahuyentar al fantasma

De un verdadero amor.

jueves, 18 de noviembre de 2010

El enemigo soy yo

Hoy me acordé de vos
del zoológico en enero
de tu libertad después de haber tenido
a tu pasado en prisión,
de tu espíritu que reclama poesía
de tus ojos que confían en silencio
y tu sufrimiento que pide no me engañes por favor.
En esta tarde de primavera
el invierno por la ventana se asoma
el verano no cumple con promesas de sol
la vida sigue, avanza
pero sin vos amiga, es mucho peor.
Leí a Benedetti que me habló de vos
Juan Ángel cumplía años
Marcos pasaría la noche en el cementerio
el fantasma de Ana Frank descansa tranquilo,
sabe que en este lado puede confiar en vos,
el mundo es imposible que cambie
pero existís en él y lo haces mucho mejor
con tu solidaridad sos un ejemplo
para los que no creemos
los escépticos de cartón
al lastimarte
me jodí realmente yo.
Mis disculpas son para vos
te demostré lo lejos que estoy de ser perfecto
me disfrazo en excesos
borracho me convierto en un verdadero cabrón
mi mente quedó en blanco esa madrugada
perdido todo mi pasado no es una excusa
igual no me salva de mi humillación.
Tu cumpleaños no fue tan feliz
viaje tanto para arruinarlo yo
tu silencio me tortura
pasa el tiempo lento
el olvido está lleno de decepciones
lo que hice mal
mal hecho está
merezco lo que vos quieras
espero en el patíbulo
día a día
tu perdón.

domingo, 14 de noviembre de 2010

Chance desvanecida

Como dos extraños
caminamos sin notarnos
por una ciudad malparida
de viejos fantasmas
y nuevos homicidas.
Pasamos por esas esquinas
donde nos besamos
sin recordar siquiera
un pasado inexistente
cuando sólo los dos
existíamos.
Desvanecido el sentimiento
terminemos con la cortés hipocresía
en donde tus educadas preguntas
lastiman más que el silencio y las mentiras.
Maquillo mi agonía
en noches plagadas de excesos
cuando todo está borroso
tu escote y tus piernas
son una mortal pesadilla.
Pago la condena
de haber ido en contra de las probabilidades
que aseguran que el amor existe
pero uno en un millón.
El resultado
fueron tus disculpas
un libro de Kundera
y mi dolor
que no es nuevo
se repite
en la crueldad de los amantes abandonados
de los perros hambrientos
del sexo como pasatiempo
de las guerras perdidas
y los vagabundos sedientos.
Poco a poco
gota a gota
la ausencia
total
de vos
me desangra.